Previo (III)


Para mi sorpresa cuando salí, un buen rato después de secar mi largo pelo, lo descubrí durmiendo de nuevo en mi cama. De modo que, como la noche anterior, dormimos también juntos. Y lo cierto es que no me desagradó de nuevo su compañía.
La semana pasó rápido, pues yo trabajo muchas horas al tener jornada partida y él estudiaba otras tantas, de modo que sólo nos veíamos para la cena, luego ducha y después nos acostábamos.
Lo que comenzó siendo una ocurrencia mía para evitar la soledad de mi cama vacía, acabó convirtiéndose en un hábito. Tampoco es que le diésemos mayor importancia al tema en aquel tiempo, después de todo creo que ambos necesitábamos de nuestra mutua compañía.
Los fines de semana aprovechábamos para coger el coche y hacernos algunas escapada. Comenzamos a ir a paradores nacionales, a visitar sitios y lugares donde antes no íbamos.
- Pero antes me dijo que no ganaban mucho dinero, ¿cómo podían permitírselo? -le preguntó su interlocutor.
- Es cierto, pero, aunque esté mal decirlo, la verdad es que la indemnización por la muerte de mi marido nos dio un desahogo económico y tanto mi hijo como sentíamos la opresión de aquel piso, los recuerdos de cuando mi marido estaba allí, por lo que aprovechábamos la primera oportunidad para escaparnos.
- Claro, es muy normal.
- Bueno como le decía, estuvimos en hoteles durmiendo en habitaciones dobles y una vez fuimos a uno que tenía aguas termales y un circuito de spa. Allí nos estuvimos relajando. Apenas había clientela ese fin de semana, no entendíamos por qué, ya hacía calor y tal vez la gente buscaba más las playas que aquellos lugares.
El caso es que estuvimos en todas las piscinas, tras lo cual nos dieron un masaje unas chicas muy monas y luego pasamos al jacuzzi donde estuvimos charlando relajadamente. Era la primera vez que probaba uno y fue toda una gozada, ¡sentir el cosquilleo de aquellas burbujas! -exclamó rememorando aquel grato recuerdo con sus palabras.
- ¿Te han gustado las chicas Isaac, eran monas verdad? -le pregunté para sonsacarle.
- ¡Oh si, ya lo creo mamá! -exclamó el ufano-. Especialmente la rubia que te daba el masaje a ti, tenía unas... enormes -asintió haciendo un gesto con las manos en su pecho.
- Si, ¡tenían unas buenas domingas como las mías! ¿Eh? -le guiñé un ojo de complicidad-, ¡cómo las mías! -añadí realzando mi busto con las manos.
- ¡Ya lo creo! -exclamó él sonriente.
- ¿Que ya crees qué? -le pregunté yo-. ¡Que las tengo muy gordas o que te gustan las de la chica! -exclamé sonriente poniéndolo nervioso.

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